No me considero taaaaaan vieja… pero sí he llegado a la edad en que la mayoría de las veces me rijo por la experiencia acumulada.
No me considero taaaaaan vieja… pero sí, en ocasiones, me encuentro expresando frases como, “en mi época…”, o “cuando yo era joven…” y observo que automáticamente, esto levanta una barrera generacional entre las personas reunidas en la conversación.
Anteponer una edad, blindarse con el escudo del tiempo, nos aísla de un verdadero contacto con el otro, nos coloca y nos separa en dos escalafones, distinguidos por el factor “años”.
¿Cuál es la verdadera cuenta del tiempo? ¿Los kilómetros recorridos por las manecillas del reloj? ¿Los kilómetros recorridos por las vueltas de la Luna alrededor de la Tierra? ¿Los kilómetros recorridos por la Tierra alrededor del Sol?
Así es como contamos las horas, los días y los años. Y sin embargo, éstos son únicamente valores numéricos espaciales.
¿Por qué no decimos, he vivido doscientos cinco mil cuatrocientos veintidós aleteos de una mariposa, o trescientas quince estampidas de un rinoceronte?
¿Por qué no decimos, he vivido el acontecimiento de un tsunami, dos eclipses solares, el nacimiento de un caracol?
He vivido la intensidad de una ráfaga de viento, una tormenta eléctrica, el beso de un niño.
He vivido tres poemas que he escrito, y he vivido a Mario Benedetti, Octavio Paz y William Shakespeare.
He vivido nueve coches, y cada uno me ha llevado por kilómetros diferentes. De hecho, he sido una persona diferente en cada coche, y también, ¿por qué no?, en cada triciclo, patín y bicicleta.
He recorrido miles de sueños en una bicicleta estacionaria, y también estacionada sobre un avión.
No soy vieja, pero soy de la vieja usanza, en donde todavía respeto a mis mayores, y también a mis menores, porque considero que cada persona es digna de ser escuchada y porque cada persona que la vida me presenta, es un maestro disfrazado de civil, que tiene algo que enseñarme.
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