En muchas ocasiones, la vida levanta una muralla de fuego frente a nosotros, que debemos atravesar.
Elijo esta metáfora muy intencionalmente. No se trata de un río de agua cristalina, del cual salimos limpios, renovados y frescos.
¡No! Se trata de un fuego que nos quema hasta las entrañas, nos purifica y nos transforma, al grado en que ya no nos reconocemos a nosotros mismos. Llámese un fuerte accidente o enfermedad, una enorme traición de nuestro ser más querido, una gran decepción de nuestro mejor amigo…
Una prueba tan significativa que nos deja una marca profunda, imborrable, en nuestro ser. Y no me refiero únicamente a las lesiones físicas. Hablo de las grandes luchas internas de la psyche humana. Hablo de los verdaderos veteranos de la guerra cotidiana.
Crecer, madurar, no son tareas fáciles. Superar las pruebas y aprender de ellas, son las auténticas empresas del hombre sobre esta Tierra. Pero emerger transformados, mejorados, capaces de actuar con mayor sabiduría y positividad, ésos son los sellos del héroe.
En muchas ocasiones, la vida levanta una muralla de fuego frente a nosotros…